jueves, 16 de septiembre de 2010

El curandero y párroco de Eguíllor-Navarra


Emeterio Eraso Munárriz (1892-1986), don Emeterio, fue párroco de Eguíllor-Ollo durante 60 años. A decir de sus feligreses, desempeñó sus deberes religiosos entre el amor y el acomodamiento; de cura joven, cumplía bien y daba doctrina a los niños, había sido un número uno en el seminario y sabía mucha teología; con el paso de los años parece ser que se fue haciendo más perezoso En su haber el arreglo de las dos iglesias a las que atendía, Eguíllor y Beasoaín.

Con independencia del sacerdocio, don Emeterio se hizo muy pronto perito y experto en la búsqueda de aguas subterráneas por medio de la varilla y el péndulo, un zahorí en toda regla, al parecer por influencias de unos catalanes especialistas en radiestesia; sus servicios fueron solicitados con frecuencia. Amante de la naturaleza, de los paseos por los campos, de la caza, acabó siendo un conocedor de las hierbas y plantas medicinales.

Al curanderismo se fue aficionando más tarde, seguramente una deriva o una evolución de su oficio de zahorí y de sus conocimientos herbolarios, convirtiéndose en un curandero original cúralo todo. El péndulo, volvía a ser su principal instrumento de trabajo; en su opinión, era un aparato que servía para diagnosticar las enfermedades y para absorber la energía negativa del paciente y trasmitir al cuerpo la energía positiva.

Unas veces pasaba el péndulo (varilla y colgante) encima del paciente tumbado y otras sobre una lámina con dibujos del cuerpo humano; al cabo de unos momentos, el aparato empezaba a vibrar, lo que servía al cura para conocer la zona enferma (algunos han pensado siempre, que lo hacía vibrar el propio cura, a su antojo y conveniencia).

No solo se servía del péndulo, también empleaba alguna medicina como el bicarbonato, especialmente para los males del vientre, para el reuma y en general para todo; decía que había un Dios en el cielo y otro en la tierra; el Dios terrenal era el bicarbonato.

En su casa tenía organizada una especie de botica particular con medicinas-milagro que él mismo preparaba con la ayuda de Natalia, el ama del cura. Fabricaban a su aire, una serie de ungüentos, tisanas, mejunjes, que hacían con manteca, aceite, anís, miel y también con hierbas (salvia, ortiga, gitanilla…), productos que vendía a los pacientes.

Las gentes acudían en masa a su consulta, a modo de peregrinación, cualquier día podían pasar un centenar de personas por la casa parroquial, lo mismo podía haber pacientes con gripe que con cáncer, para todos buscaba algún remedio y si las cosas no iban bien, siempre tenía recursos verbales para echar la culpa a algún imponderable. Tuvo problemas con su Obispo, que llevaba mal sus andanzas y la utilización de la casa parroquial como consultorio-botica y que incluso llegaría a amenazarle con la excomunión; también tuvo algunas denuncias por intrusismo que le pusieron al borde de la cárcel; pero todo ello sorteó bien y pudo seguir con el oficio hasta la jubilación.

Los últimos diez años vivió retirado en Pamplona; su entorno manejó sus finanzas y murió solo y arruinado.

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martes, 22 de junio de 2010

barberos-cirujanos


Los oficios de barbero y de cirujano fueron siempre muy diferentes. En la época medieval, coincidieron en algunos intereses y se asociaron.

El cirujano de entonces, era un hombre de estudios universitarios, de menor categoría que los médicos; eran sujetos que aprendían más técnica que ciencia: hacían sangrías, curaban heridas, evacuaban abscesos de pus, arreglaban fracturas, amputaban piernas. Había tres escalas en la carrera de cirujano: mancebo, romancista y maestro.

El oficio de cortar el pelo y cuidar la barba, era un servicio poco demandado. Los barberos fueron también ayudas de cámara de señores importantes, a los que a parte de cortar pelo y arreglar barba, cuidaban la ropa y enseres; los reyes solían tener barberos en su corte, que también les ayudaban a lavarse y bañarse. Más tarde derivaron hacia la cirugía menor y recibieron una titulación que les autorizaba a hacer: sangrías (sangradores), colocar sanguijuelas (sanguijuelistas), poner emplastos (medicamentos sobre tela aplicados al cuerpo).

Esta deriva de los barberos hacia la cirugía estuvo facilitada o promovida por culpa de las luchas profesionales entre médicos y cirujanos. Los médicos del Renacimiento, especialmente en Inglaterra, no admitían asociarse con cirujanos, por considerarlos de menor categoría y fundaron el Real Colegio de Médicos en donde solo podían entrar internistas.

Los cirujanos se vieron en la necesidad de buscar otras asociaciones para defender sus intereses y se juntaron a los barberos; se fundaron compañías mixtas de barberos-cirujanos-, a las que se unieron pasteleros y cerveceros y tuvieron una serie de estatutos en común. De esta unión coyuntural y antinatural nació la aproximación y el interés de los barberos a las técnicas llamadas de “cirugía menor. A los barberos con dedicación quirúrgica les van a llamar “cirujanos de bata o traje corto” o de “cuota”, para diferenciarlos de los cirujanos de formación universitaria que serán los de traje largo o de academia.

En la literatura universal hay referencias a estos personajes. Cervantes en El Quijote menciona la figura de Maese Nicolás, - barbero, cirujano, y sacamuelas-, que preparaba también brebajes para jaquecas; que atendería al famoso hidalgo, después de ser molido a palos, tras una de sus hazañas. Un caso extraordinario fue el de Ambrosio Paré (1510-1590), hijo de una prostituta francesa, que pasó de aprendiz de barbero cirujano a cirujano real y a ser considerado uno de los padres de la cirugía universal, al descubrir la hemostasia por ligadura, (tomar entre pinzas los grandes vasos sangrantes y aplicar ligadura de los mismos con un hilo).

Los sanadores de bata corta, tuvieron un período largo de esplendor, y en innumerables ocasiones se excedieron en sus atribuciones; algunos hasta se atrevieron a hacer operaciones mayores: hernias y almorranas; un ejemplo del abuso de atribuciones, en Francia, en un período de un año, se pusieron 30 millones de sanguijuelas.

En Navarra como es natural también existieron y anduvieron a su antojo; muchos iban de un lado para otro con un criado que se ocupaba de acompañarles y llevarles la bolsa de cuero con el instrumental. En los siglos XVI y XVII, toparon con la Cofradía de San Cosme y San Damián de Pamplona, que intentó separar claramente la función de barbero de la de cirujano. El enfrentamiento duró mucho tiempo, entre otras razones porque el pueblo los defendía, al considerarlos más asequibles, en un período de escasez de cirujanos universitarios. En definitiva, los barberos serán perseguidos por intrusismo y muchas veces retirados sus instrumentales del consultorio, como sucediera con Juan Gómez, Juan de Aldaz, Pedro Aguinaga, el alquimista italiano Antonio Tavera y con los barberos de Ecároz y Monreal.

Los conflictos con los barberos, llevaron a la Cofradía de San Cosme y San Damián, a solicitar a Las Cortes de Navarra en 1677, que suspendiera definitivamente los permisos a todos los barberos, para cualquier tema de cirugía, tanto mayor como menor, y que solo los cirujanos tuvieran permiso para usar el escalpelo. Las Cortes apoyaron parcialmente las peticiones de la Cofradía, seguramente por la escasez de cirujanos de academia, y solo obligaron a los barberos a solicitar permiso a los médicos, caso por caso, para poder actuar. Sin embargo años después y ante denuncias reiteradas por la falta de calidad de los cirujanos, Las Cortes participarían decididamente en la creación de La Cátedra de Cirugía del Hospital General de Pamplona de la Misericordia

Idoate, en “Rincones de Navarra” hace referencia a un sucedido maravilloso del año 1611. Narra la historia de un barbero-cirujano y sangrador del pueblo navarro de Ujué, que un día decidió hacerse operador. Por aquel entonces un cirujano francés estuvo operando hernias (quebradura) a monjes del Monasterio de La Oliva; el francés debía ser un cirujano hábil y castrador, es decir que extirpaba el testículo para curar la hernia, pero que obtenía buenos resultados. El barbero-cirujano de Ujué se mostró solicitó para ayudar al cirujano francés y un día se consideró capacitado para realizar idéntico cometido. Cuentan que en una de las primeras operaciones de quebradura, no consiguió meter los intestinos dentro de la tripa del enfermo, al parecer, según propia expresión, porque estaban “llenos de viento”. Alguien que presenció la operación opinaría que -si el sufrido enfermo aguantaba la operación del cirujano de Ujué, ya no podría morirse de nada-.

El discurrir de los tiempos irá poniendo las cosas en orden. Los cirujanos encontrarán un buen camino para su mejor preparación con la creación de las escuelas de cirugía de la Armada Naval de Cádiz (1748), la Cátedras de Cirugía y Anatomía del Hospital General de Pamplona de la Misericordia (1757) del Ejército de Tierra de Barcelona (1760) y del Colegio San Carlos de Madrid (1780).

Con la ley Moyano de 1857 los escasos barberos cirujanos de traje corto que quedaban, pudieron asimilar y equiparar sus oficios a los de practicante. En 1886 un Real decreto del Ministerio de Fomento equipararía de manera definitiva los títulos de Médico y Cirujano.

viernes, 30 de abril de 2010

El curandero "Cebalobos" de Corella-Navarra


En Corella-Navarra (la placeta García en la foto, 1925), no hacía falta un motivo especial para tener un mote, se lo asignaban enseguida y muchas veces se heredaba de padres a hijos. En el caso de Juan Marcilla “Cebalobos” (1870-1942) pensamos pudiera ser debido al poco esmero que ponía en cuidar a sus ovejas

Durante su juventud Juan Marcilla hacía pequeños transportes de carros y carretas por la Ribera de Navarra y en ese ir y venir por los campos fue poco a poco instruyéndose en el conocimiento de las plantas medicinales hasta acabar convirtiéndose en un experto herbolario e introduciéndole en el mundo del curanderismo, a decir de los pacientes con buena mano.

Tenía fama de adivino y esa cualidad le proporcionaba un plus de misterio a la hora de ejercer el oficio. Unas veces la fama era merecida, con numerosos casos que lo atestiguaban: una señora de un pueblo cercano que tenía los dos hijos enfermos graves acudió a su consulta; la madre llevó mechones del pelo de ambos para que Cebalobos le dijera algo y le pusiera remedio; este separó uno de los cabellos y dijo que con ese hijo no había nada que hacer, que moriría esa misma noche como así fue.

En otras ocasiones su faceta de adivino estaba basada en trucos; disponía de espías que se introducían en los autobuses de línea (donde venían los enfermos)y en la sala de consulta de Cebalobos en la placeta García de Corella; estos se enteraban de los males de los futuros clientes y se lo contaban al curandero, que hacía de adivino.

Pero si ha pasado a la posteridad ha sido por sus ocurrencias. Cuando se inventaron los rayos X, para no ser menos, ideó una caja de madera con una trampilla; hacía pasar a los enfermos por delante de la caja; en el interior de la caja introducía una vela encendida mientras pasaba el enfermo, al tiempo que le decía:- Ya le he echado el rayo-.

Sus tratamientos habituales eran con hierbas, pero en ocasiones empleaba remedios que se le ocurrían: A los pacientes con infertilidad les preparaba emplastos (parches) de testículo de zorro para los varones, y de matriz de liebre para las señoras. También aplicaba técnicas escatológicas: trataba granos y eczemas de piel con baños de arena y estiércol, y ponía “moñigas” de vaca caliente en las zonas dolorosas para lumbagos y cólicos

Su vocabulario también era especial despertando el interés de escritores como J.M. Iribarren en su “Batiburrillo Navarro”. A los enfermos con la barriga distendida por gases, les decía que tenían “enrone del mondongo” y a los de asma con dificultades para meter aire en los pulmones, explicaba que tenían “bozados los chupleticos de los libianos”.

La guerra civil española del 36 le cogió viejo, enfermo y en el lado proletario y su estela y su vida se fueron apagando

Continuó con el oficio su hijo Manuel Marcilla Cordero (1900-1985), también apodado Cebalobos, menos imaginativo y más culto que el padre; sabía francés por haber residido en Francia durante la guerra civil. Manuel compaginaba el curanderismo con la albañilería y tenía un taller para fabricar las cruces de granito del cementerio.

Algunas de las anécdotas del padre también pudieran ser del hijo.

martes, 20 de abril de 2010

La curandera de Ilarregui-Navarra


Martina Ezcurra Oíz (1841-1936)vivió de joven en Argentina trabajando de ayudante de un curandero de huesos. Era una época en que se fomentaba esa formación para cubrir las necesidades sanitarias del país. De la noche a la mañana volvió a Ilarregui para hacerse cargo de la casa Cocotxea que había heredado. En este pueblo se casó, fundo una familia y se estableció en el oficio aprendido.
Sus artes calaron muy hondo en el entorno, ella misma se curó de una fractura y arregló el brazo mal curado del párroco del pueblo y luego todo fue muy fácil, adquiriendo gran prestigio. Tenía una habilidad especial para dejar en buena posición los extremos de las fracturas y después inmovilizaba con la ayuda de vendas y cartón. Además administraba hierbas, infusión de adormideras, que facilitaba las manipulaciones con poco dolor. Creó escuela y su nieta continuó su labor

lunes, 19 de abril de 2010

La curandera de Auza-Navarra, María Díez de Ulzurrun (1900-1990) Informe del doctor


Aprendió el oficio de su abuela Martina Ezcurra (curandera de Ilarregui) en cuya casa se crió desde pequeña y a quien ayudó especialmente durante su vejez. María se casó y se fue a vivir a Auza, a escasos 4-5 kilómetros de Ilarregui y a unos 30 al norte de Pamplona. No entraba en sus previsiones el ejercicio curanderil, pero al morir la abuela se vio obligada a continuar, debido a que los pacientes la reclamaban.

Su especialidad principal era el tratamiento de -las heridas, fracturas y dislocaciones-, siguiendo las pautas de la abuela. Disponía en Auza de una mansión familiar grande, que le servía también de hostal o de pequeño hospital. Los enfermos con lesiones peligrosas quedaban alojados en su casa para las primeras curas y revisiones. También atendía las fracturas de animales especialmente de los perros de caza. Como quiera que la familia del marido de la curandera tenía -negocio de ganado, venta de leche y de carne-, “la casa de la curandera” se convirtió en un importante centro de peregrinaje. Doña María(así la llamaban) persona amable de buena presencia, era la principal protagonista de la gran actividad, la primera en amanecer y la última en retirarse.

Centrándonos en el mundo de las enfermedades, señalemos que las fracturas las embadurnaba con un bálsamo que contenía aceite y cáscara de pepino y después de un pequeño y cuidadoso masaje, movilizaba los extremos hasta dejarlos en buena posición; posteriormente inmovilizaba la fractura con cartón duro y vendas.

Las quemaduras, heridas infectadas, osteomielitis… las trataba con un ungüento a base de: aceite, resina de pino, sebo de oveja, miel, yemas de huevo y escamas de jabón. Curaba las veces que fueran necesarias, a decir de las gentes, con mucho mimo y gran limpieza; las cicatrices que quedaban eran menos aparatosas de lo esperado.

Manejaba bien las hierbas medicinales, pero sin abusar. En familia recuerdan las infusiones de hollín de chimenea colado para tratar los empachos. En pulmonías o pleuresías, utilizaba hierbas verbenas bien picadas, hervidas en aceite sin chamuscar y aplicadas sobre un paño en la zona supuestamente enferma. En ampollas de los pies de caminantes hojas de saúco debajo de los calcetines…

Su fama fue tan importante como la de su abuela Martina; en su época se decía que no había que ir al hospital para curar las fracturas, bastaba con acercarse al pueblo de la curandera.

Los últimos 30 años de su vida estuvo alejada de la profesión, decía que no podía competir con la penicilina y tenía preocupación por la posibilidad de recibir denuncias. Además uno de sus hijos, Matín Aldaz, se hizo médico traumatólogo y no quiso perjudicar su carrera.



Casa de la curandera de Auza en 1950

sábado, 17 de abril de 2010

martes, 23 de marzo de 2010

crítica de Manuel Solórzano, al libro sobre -Historia del Hospital de Navarra y la Cirugía- del doctor J. Alvarez


EL HOSPITAL DE NAVARRA Y EL DESARROLLO DE LA CIRUGÍA. 1854 – 1968. Publicado el domingo día 10 de enero de 2010

http://enfeps.blogspot.com/2010/01/el-hospital-de-navarra-y-el-desarrollo.html

Foto: Avelino Alvarez (1905-1985) figura central en ambulancia (guerra civil española)

lunes, 1 de febrero de 2010

Aguas que pasaron (cuentos de Capero)

En plena crisis de soledad y nostalgia, el gran Enrico Lichnowsky sintió la necesidad y deseo de escribir unas líneas de felicitación a María Piedade en el día señalado de su cincuenta aniversario. Habían trabajado juntos en la orquesta sinfónica de Bolonia, él había sido su brillante director, apodado “Príncipe” y ahora relegado; ella continuaba todavía en el grupo como solista del arpa.

Al final de la misiva Lichnowsky dejaba entrever sus sentimientos

“Carísima diva-dona María Da Piedade, este príncipe destronado, añora a la dama sabia, su sonrisa y voz melodiosa y quisiera poder acompañarla”.

El arrebato hizo reflexionar a Piedade. Reconoció que durante años, bastaba una insinuación del “Príncipe”, para acudir a su vera y a su cama, “prestísima”, sin importarle, que era casado y caprichoso y sin recordar que enseguida la abandonaba.
Sonrió cuando leyó que la llamaba dama sabia; ella había debutado como concertista a los quince años; la habían llamado, hada, musa, diosa y señora del arpa; había ninguneado a hombres de bien que la amaron.

El apelativo -dama sabia-, no le correspondía de ninguna manera y menos viniendo de donde venía.

Piedade respondió a Lichnowky con una cita del Libro de Job: “Te acordarás de él como aguas que pasaron”…y prosiguió sin inmutarse con sus ensayos musicales.

Premiado en el certamen de relatos hiper-breves Emaús-Granada 2008