martes, 1 de marzo de 2011
Pelotaris y curanderos
El juego de la pelota a mano, asentado en Navarra, País Vasco y Rioja en el siglo XIV, es de origen milenario. Las primeras referencias de este deporte en Navarra, lo sitúan en el Claustro de Los Dominicos de Pamplona y en el Palacio Real de Olite, no en vano se decía que era juego de curas y reyes, sobretodo los primeros que se mezclaron en las canchas, hasta hace poco tiempo, con jugadores y aldeanos de los pueblos, de igual a igual. Posiblemente San Francisco Javier fue un aficionado a este deporte; en el brazo incorrupto del santo y en las falanges de los dedos de su mano, se observan lesiones compatibles con la de los pelotaris.
La dureza del juego a mano desprotegida ha sido siempre un grave problema; Larramendi decía: “rompen uñas, abren manos, mancan brazos y aún dislocan y con todas las desgracias y chorreando sangre…se han de acabar las partidas” y también hemos leído referencias de – la mano despamplonada-, en alusión a la mano del pelotari dislocada, descoyuntada o desgobernada; no es de extrañar que en tiempos se jugara con guantes de cuero y ahora bien protegida con tacos.
La mayoría de los pelotaris, han ido por libre en el cuidado de sus manos y cuando las cosas no salían bien, recurrían a los brujos, curanderos y masajistas. La mano hinchada y dolorosa del pelotari era la norma; hincharse la mano un poco, era hasta bueno; lo malo era si se hinchaba demasiado, entonces la pelota salía descontrolada del golpeo; en esas situaciones recurrían a pisar la mano con el pie, unas veces con el pie del curandero aplastándola contra el suelo y otras con el del contrincante.
Los curanderos se las ingeniaban para intentar deshincharla entre partidos; el procedimiento más empleado eran los emplastos de verbenas y vinagre y las compresas tibias mojadas en una infusión de manzanilla. También conocían las propiedades nutritivas del caracol. Blas, un curandero de origen andaluz, aplicaba emplastos de caracoles machacados colocados sobre la zona hinchada.
Los maniluvios calientes, eran otras prácticas parecidas; se sumergían las manos del pelotari varios minutos en una palangana llena de agua con diversos productos milagrosos: plantas medicinales en decocción, el sobrante de cocer patatas, sal y bicarbonato, y las mezclas se hacían según arte. “El baño escocés” tenía también su predicamento: después del maniluvio caliente se pasaba al agua fría, metiendo la mano alternativamente en agua caliente a 38-40 grados y fría a 18-20 grados varias veces durante 20 minutos.
Las callosidades de las manos de los jugadores eran frecuentes y molestas; no era extraño recurrir al carpintero de la localidad, que con una lijadora, les dejaba la mano más lisa, y podían jugar mejor, con menos fallos.
A veces se formaban manos hinchadas con sangre recogida, auténticos hematomas entre las raíces de los dedos. Alguno de los curanderos se atrevía a hacer con la ayuda de una hoja de afeitar, una pequeña apertura entre los pliegues de los dedos, para vaciar los hematomas apretando con fuerza.
El famoso “clavo” o mal de manos, un dolor punzante e incapacitante; se creía erróneamente que era debido -a un trozo de “hueso mordido” o desprendido-, debido al golpeo de la pelota. La medicina deportiva, a partir de mediados del siglo XX, ha aportado mucha luz sobre estas cuestiones y sobre los trastornos circulatorios de sus manos.
Pedro Echenique, fue un famoso curandero que ejerció en el pueblo navarro de Goizueta, ha pasado a la posteridad por ser un especialista en el tratamiento de las manos de los sufridos jugadores y por ser experto en la fabricación del carbón vegetal, siguiendo las tradiciones más antiguas.
No era el único curandero que atendía a los pelotaris, aunque tampoco hemos encontrado demasiadas historias; en el pueblo de Régil (Guipúzcoa) vivía una casera, parienta de uno de los jugadores, que también tenía buena fama; la Bixenta de Oyarzun fue una famosa curandera que empleaba emplastos de tela-gasa hechos con el jugo caliente de una mezcla de trece hierbas con ajo y manteca.
Es especialmente interesante, la historia del curandero Lorenzo Antón, apodado “el cabrito de Fustiñana” Este señor trató las manos y muñecas de un famoso pelotari, con un masaje en el brazo y curiosamente acabó curando las manos y también sin querer una amigdalitis crónica del deportista; dicha situación y la importancia mediática del pelotari han motivado, que durante varias generaciones, muchos individuos con anginas de repetición, hayan visitado la localidad de Fustiñana, para ser atendidos por el citado curandero y por sus descendientes.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)