viernes, 2 de noviembre de 2012

martes, 17 de enero de 2012

Curanderos del siglo XXI, curanderos dulces



El progreso de la medicina ha sido tan importante y tan constante desde finales del siglo XIX, que han llevado al traste al curanderismo tradicional; ya no quedan saludadores ni componedores, ni sacamuelas… solo aguantan algunos yerberos y unos pocos santones. Diversos estudios de las Universidades de Granada, Valencia y la Complutense de Madrid apuntan la posibilidad de que en España existan alrededor de 5000 curanderos tradicionales residuales.

Pero sin embargo el curanderismo no solo no ha desaparecido sino que se ha incrementado; han aparecido nuevas formas de ejercerlo, es lo que denominaremos curanderos dulces o nuevos curanderos, calculándose que existen, al menos, entre cinco y diez veces más que los antiguos; una cifra desorbitada.

Los avances de medicina moderna, las vacunas, revisiones periódicas, los trasplantes, los cuidados de la geriatría…, han conseguido metas muy importantes, entre ellas: mejorar ostensiblemente las expectativas de vida, que hoy podrían situarse en los entornos de los 80 años; y no es, en líneas generales, que la gente haya aumentado su longevidad, sino que ha disminuido la mortalidad intermedia; las gentes resisten mejor los contratiempos que se le presentan en su caminar por la vida. Se ha originado un nuevo y amplio espacio de atención sanitaria, que unido a una nueva cultura del bienestar, van a proporcionar nuevas posibilidades y necesidades que han sido aprovechadas por los curanderos.

Al mismo tiempo es preciso recordar que hace tres siglos nació la Medicina Alternativa, una forma de rebeldía al estancamiento de la Medicina Oficial de la época. Y esta forma diferente de entender la medicina, que en un tiempo sirvió de referencia y de espoleta de cambio, no ha dado nunca marcha atrás, a pesar del avance incontenible de la medicina como ciencia, y ha proseguido de una forma u otra, a través de los tiempos, persistiendo en la actualidad. La llamada hoy, -Medicina Alternativa y Complementaria-, constituye un mundo heterogéneo de verdades sin demostrar o de medias verdades; un mundo con su propia evolución y con su propaganda. Uno de sus eslóganes más celebrados es el de “medicina dulce”, adjetivo traspasado también al mundo de los curanderos.

La M.A.C, es un capítulo interesante y al mismo tiempo delicado de los tiempos modernos. Existen dos formas de incorporarse a esta variante sanitaria. Una de ellas es la que adopta personal cualificado: médicos, diplomados universitarios de enfermería, que buscan una alternativa diferente a la medicina tradicional, una manera complementaria para ocupar unos espacios terapéuticos no bien cubiertos o de prevención de enfermedades, o de mejoras del estado general de las personas. Se trata de opciones personales respetables, a las que no tenemos nada que objetar.

Existe una segunda manera de situarse en este entorno, más oportunista, de gentes con titulaciones menores, que quieren ver en este mundo una forma de trabajar en una actividad sanadora; que actúan por libre, aprovechando la insuficiencia de reglamentos; son los auténticos y genuinos curanderos dulces. Gentes que ya han abandonado el analfabetismo de los antiguos curanderos, que poseen su cultura y sus estudios primarios y secundarios y hasta, como hemos dicho, sus pequeños diplomas que acreditan los comienzos de una especialización.

Adoptarán comportamientos del mundo facultativo: consultas anunciadas en locales paramédicos, con secretarias que cobran honorarios. Buscarán los enfermos para ofrecer sus servicios. Han perdido definitivamente el ocultismo, -ahora hacen publicidad de sus habilidades, publican libros y dan conferencias-, es para muchos una novedad interesante y para otros, son la reencarnación moderna de los antiguos charlatanes

Clasificar a los curanderos dulces es difícil, tienen campos dispersos, unos se encuentran en herboristerías, otros en centros de estética o masajes, los hay que se dedican al comercio de productos exotéricos y hasta por libre. Por una parte han incorporado hábitos saludables de vida y comida sana y natural, recordando “la dietética”, la medicina monástica del siglo X. Una segunda fuente de influencia de los nuevos curanderos va a depender de la fascinación ejercida por otras culturas orientales (india, japonesa, china), y de la banalización de sus filosofías milenarias. La realidad será que los nuevos curanderos, asumirán, seguramente sin entender, algunas de sus hipótesis y ofrecerán, a su aire, muchas de sus terapias.

Saludemos a los curanderos dulces, a pesar de ello, con un cierto beneplácito, ocupan un espacio no totalmente cubierto por la medicina oficial. Afortunadamente han abandonado espacios muy comprometidos; ya no tratan, como hicieron sus ancestros, enfermedades graves. Recordemos, hace menos de cien años, que los últimos curanderos tradicionales, se ocupaban de enfermedades tan graves como la ictericia obstructiva, la obstrucción intestinal, la tuberculosis o el cáncer. Ahora la mayoría no lo hace; lo ha dejado claramente en manos de la medicina científica. Resumamos, ya no son alternativa de nada, solo son un complemento para la salud, autoestima y bienestar de las gentes.

jueves, 27 de octubre de 2011

San Francisco Javier, misionero y curandero



Avancemos la hipótesis de considerar a San Francisco Javier como el primer gran curandero navarro de todos los tiempos. Está demostrado que el santo tuvo una especial sensibilidad por el mundo de los enfermos; desde la humildad estuvo siempre al lado del enfermo doliente. Sus estancias en el hospital de desahuciados de Venecia, en el de leprosos de San Lázaro y en el Hospital de Goa están más que probadas.

Acudía al lado de los enfermos, dormía junto al más necesitado, curaba sus heridas, sobretodo aquellas heridas malolientes con suciedad, porquería y hasta gusanos, aquellas que nadie quería curar.

Pasó tantas horas en hospitales diferentes que es muy lógico pensar que acabaría adquiriendo conocimientos útiles y soluciones empíricas. Nos atrevemos a sugerir, con todo respeto, que alguno de sus éxitos o supuestos milagros, como la curación de las llagas de un mendigo, se debían en gran manera a su experiencia, la de un misionero que había hecho muchas curas y que buscaba lo mejor para los necesitados.

En aquella época ya se tenía la idea que “las heridas que no estén completamente limpias no quieren curarse” un principio que muy probablemente el santo conocía. Como también se supone que estaría al tanto de la famosa cura samaritana, la mezcla de vino y aceite en el tratamiento de las heridas; el vino tenía un pequeño efecto desinfectante que unido a la acción calmante del aceite y al efecto de limpieza era una forma de curar heridas. Además el buen samaritano ofreció al necesitado: agua, alimento, cobijo y reposo, todos ellos elementos fundamentales en la buena evolución de las heridas, ofrecimiento que el santo también lo haría en la medida de sus posibilidades: tisanas para hidratar, miel o fruta, mantas y rezos.

Se le atribuye también, la ayuda al parto de una señora que llevaba tres días sin poder dar a luz. Es posible, que la presencia del santo, sus explicaciones y rezos, tranquilizaran a la parturienta, facilitando la relajación y el parto natural.

Otros muchos sucesos de su vida misionera, no tienen explicación razonable y siguen perteneciendo al mundo milagroso. Después de su muerte, su imagen era paseada por los campos de Navarra, para buscar su intercesión en plagas y epidemias y en numerosas ocasiones, las procesiones terminaban con las penalidades.

martes, 1 de marzo de 2011

Pelotaris y curanderos



El juego de la pelota a mano, asentado en Navarra, País Vasco y Rioja en el siglo XIV, es de origen milenario. Las primeras referencias de este deporte en Navarra, lo sitúan en el Claustro de Los Dominicos de Pamplona y en el Palacio Real de Olite, no en vano se decía que era juego de curas y reyes, sobretodo los primeros que se mezclaron en las canchas, hasta hace poco tiempo, con jugadores y aldeanos de los pueblos, de igual a igual. Posiblemente San Francisco Javier fue un aficionado a este deporte; en el brazo incorrupto del santo y en las falanges de los dedos de su mano, se observan lesiones compatibles con la de los pelotaris.

La dureza del juego a mano desprotegida ha sido siempre un grave problema; Larramendi decía: “rompen uñas, abren manos, mancan brazos y aún dislocan y con todas las desgracias y chorreando sangre…se han de acabar las partidas” y también hemos leído referencias de – la mano despamplonada-, en alusión a la mano del pelotari dislocada, descoyuntada o desgobernada; no es de extrañar que en tiempos se jugara con guantes de cuero y ahora bien protegida con tacos.

La mayoría de los pelotaris, han ido por libre en el cuidado de sus manos y cuando las cosas no salían bien, recurrían a los brujos, curanderos y masajistas. La mano hinchada y dolorosa del pelotari era la norma; hincharse la mano un poco, era hasta bueno; lo malo era si se hinchaba demasiado, entonces la pelota salía descontrolada del golpeo; en esas situaciones recurrían a pisar la mano con el pie, unas veces con el pie del curandero aplastándola contra el suelo y otras con el del contrincante.

Los curanderos se las ingeniaban para intentar deshincharla entre partidos; el procedimiento más empleado eran los emplastos de verbenas y vinagre y las compresas tibias mojadas en una infusión de manzanilla. También conocían las propiedades nutritivas del caracol. Blas, un curandero de origen andaluz, aplicaba emplastos de caracoles machacados colocados sobre la zona hinchada.

Los maniluvios calientes, eran otras prácticas parecidas; se sumergían las manos del pelotari varios minutos en una palangana llena de agua con diversos productos milagrosos: plantas medicinales en decocción, el sobrante de cocer patatas, sal y bicarbonato, y las mezclas se hacían según arte. “El baño escocés” tenía también su predicamento: después del maniluvio caliente se pasaba al agua fría, metiendo la mano alternativamente en agua caliente a 38-40 grados y fría a 18-20 grados varias veces durante 20 minutos.

Las callosidades de las manos de los jugadores eran frecuentes y molestas; no era extraño recurrir al carpintero de la localidad, que con una lijadora, les dejaba la mano más lisa, y podían jugar mejor, con menos fallos.

A veces se formaban manos hinchadas con sangre recogida, auténticos hematomas entre las raíces de los dedos. Alguno de los curanderos se atrevía a hacer con la ayuda de una hoja de afeitar, una pequeña apertura entre los pliegues de los dedos, para vaciar los hematomas apretando con fuerza.

El famoso “clavo” o mal de manos, un dolor punzante e incapacitante; se creía erróneamente que era debido -a un trozo de “hueso mordido” o desprendido-, debido al golpeo de la pelota. La medicina deportiva, a partir de mediados del siglo XX, ha aportado mucha luz sobre estas cuestiones y sobre los trastornos circulatorios de sus manos.

Pedro Echenique, fue un famoso curandero que ejerció en el pueblo navarro de Goizueta, ha pasado a la posteridad por ser un especialista en el tratamiento de las manos de los sufridos jugadores y por ser experto en la fabricación del carbón vegetal, siguiendo las tradiciones más antiguas.

No era el único curandero que atendía a los pelotaris, aunque tampoco hemos encontrado demasiadas historias; en el pueblo de Régil (Guipúzcoa) vivía una casera, parienta de uno de los jugadores, que también tenía buena fama; la Bixenta de Oyarzun fue una famosa curandera que empleaba emplastos de tela-gasa hechos con el jugo caliente de una mezcla de trece hierbas con ajo y manteca.

Es especialmente interesante, la historia del curandero Lorenzo Antón, apodado “el cabrito de Fustiñana” Este señor trató las manos y muñecas de un famoso pelotari, con un masaje en el brazo y curiosamente acabó curando las manos y también sin querer una amigdalitis crónica del deportista; dicha situación y la importancia mediática del pelotari han motivado, que durante varias generaciones, muchos individuos con anginas de repetición, hayan visitado la localidad de Fustiñana, para ser atendidos por el citado curandero y por sus descendientes.

miércoles, 5 de enero de 2011

Curanderismo medieval. Zurcidoras de virginidades



Remendar virgos, reedificar doncellas, zurcir virginidades y otras expresiones literarias, fue una habilidad muy particular de unas personas especiales, que existieron en la época medieval. Un cometido seguramente magnificado y sobredimensionado por las maravillosas plumas e imaginación de Fernando de Rojas, Cervantes, Quevedo y Lope de Vega.

La palabra alcahueta, procedente del árabe, significaba intermediaria, término que se usaba para referirse a personas que facilitaban una relación amorosa generalmente ilícita; se trataba de un oficio mal visto, cercano a la perversión y a la prostitución. Las alcahuetas tenían también algo de curanderas, brujas y alquimistas; fabricaban en sus casas perfumes, aceites corporales, bálsamos y estimulantes, para ayudar en los juegos del amor.

El himen es una membrana fina y frágil situada en el introito vaginal, con numerosas variantes anatómicas; su desgarro, en ocasiones, -podría haberse producido accidentalmente en los trigales del señor Conde-, pero “el himen intocado”, venía a representar no haber tenido contacto con varón y tenía una gran importancia moral; numerosas mujeres han necesitado una especie de certificado de virginidad para acceder a un reinado o a un matrimonio.

Algunas alcahuetas, mujeres mayores, en ocasiones antiguas prostitutas, se especializaban en zurcidos vaginales, para hacer aparentar que sus jóvenes mujeres protegidas o explotadas, no habían perdido la virginidad

La técnica más empleada era la directa, el zurcido; se usaban unas pequeñas agujas unidas a pellejos de vejiga, que iban de un lado al otro de la membrana desgarrada, hasta llegar a juntar todo. Se mencionan en la literatura, las agujas enhebradas con hilos de seda en puntos sueltos anudados. Cuando ya no era posible el arreglo, sustituían el himen por unas pequeñas y finas hojas, colocadas y sujetas hábilmente, en la misma posición de la referida membrana.

En la Celestina de Fernando Rojas se cuenta la historia de la más famosa alcahueta, maestra de “facer virgos”, que rehizo, según propia expresión miles de ellos, y que llegó a vender, como virgen hasta en tres ocasiones a una sirvienta suya, para satisfacer los caprichos de un embajador francés. También nos ha llegado a través de escritos, la historia de una famosa prostituta, que llegó a engañar, a incautos clientes, hasta en nueve ocasiones.

Nadie hubiera podido imaginar entonces, que la moderna cirugía plástica del siglo XXI volvería a resucitar nuevamente estas intervenciones.

jueves, 16 de septiembre de 2010

El curandero y párroco de Eguíllor-Navarra


Emeterio Eraso Munárriz (1892-1986), don Emeterio, fue párroco de Eguíllor-Ollo durante 60 años. A decir de sus feligreses, desempeñó sus deberes religiosos entre el amor y el acomodamiento; de cura joven, cumplía bien y daba doctrina a los niños, había sido un número uno en el seminario y sabía mucha teología; con el paso de los años parece ser que se fue haciendo más perezoso En su haber el arreglo de las dos iglesias a las que atendía, Eguíllor y Beasoaín.

Con independencia del sacerdocio, don Emeterio se hizo muy pronto perito y experto en la búsqueda de aguas subterráneas por medio de la varilla y el péndulo, un zahorí en toda regla, al parecer por influencias de unos catalanes especialistas en radiestesia; sus servicios fueron solicitados con frecuencia. Amante de la naturaleza, de los paseos por los campos, de la caza, acabó siendo un conocedor de las hierbas y plantas medicinales.

Al curanderismo se fue aficionando más tarde, seguramente una deriva o una evolución de su oficio de zahorí y de sus conocimientos herbolarios, convirtiéndose en un curandero original cúralo todo. El péndulo, volvía a ser su principal instrumento de trabajo; en su opinión, era un aparato que servía para diagnosticar las enfermedades y para absorber la energía negativa del paciente y trasmitir al cuerpo la energía positiva.

Unas veces pasaba el péndulo (varilla y colgante) encima del paciente tumbado y otras sobre una lámina con dibujos del cuerpo humano; al cabo de unos momentos, el aparato empezaba a vibrar, lo que servía al cura para conocer la zona enferma (algunos han pensado siempre, que lo hacía vibrar el propio cura, a su antojo y conveniencia).

No solo se servía del péndulo, también empleaba alguna medicina como el bicarbonato, especialmente para los males del vientre, para el reuma y en general para todo; decía que había un Dios en el cielo y otro en la tierra; el Dios terrenal era el bicarbonato.

En su casa tenía organizada una especie de botica particular con medicinas-milagro que él mismo preparaba con la ayuda de Natalia, el ama del cura. Fabricaban a su aire, una serie de ungüentos, tisanas, mejunjes, que hacían con manteca, aceite, anís, miel y también con hierbas (salvia, ortiga, gitanilla…), productos que vendía a los pacientes.

Las gentes acudían en masa a su consulta, a modo de peregrinación, cualquier día podían pasar un centenar de personas por la casa parroquial, lo mismo podía haber pacientes con gripe que con cáncer, para todos buscaba algún remedio y si las cosas no iban bien, siempre tenía recursos verbales para echar la culpa a algún imponderable. Tuvo problemas con su Obispo, que llevaba mal sus andanzas y la utilización de la casa parroquial como consultorio-botica y que incluso llegaría a amenazarle con la excomunión; también tuvo algunas denuncias por intrusismo que le pusieron al borde de la cárcel; pero todo ello sorteó bien y pudo seguir con el oficio hasta la jubilación.

Los últimos diez años vivió retirado en Pamplona; su entorno manejó sus finanzas y murió solo y arruinado.

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martes, 22 de junio de 2010

barberos-cirujanos


Los oficios de barbero y de cirujano fueron siempre muy diferentes. En la época medieval, coincidieron en algunos intereses y se asociaron.

El cirujano de entonces, era un hombre de estudios universitarios, de menor categoría que los médicos; eran sujetos que aprendían más técnica que ciencia: hacían sangrías, curaban heridas, evacuaban abscesos de pus, arreglaban fracturas, amputaban piernas. Había tres escalas en la carrera de cirujano: mancebo, romancista y maestro.

El oficio de cortar el pelo y cuidar la barba, era un servicio poco demandado. Los barberos fueron también ayudas de cámara de señores importantes, a los que a parte de cortar pelo y arreglar barba, cuidaban la ropa y enseres; los reyes solían tener barberos en su corte, que también les ayudaban a lavarse y bañarse. Más tarde derivaron hacia la cirugía menor y recibieron una titulación que les autorizaba a hacer: sangrías (sangradores), colocar sanguijuelas (sanguijuelistas), poner emplastos (medicamentos sobre tela aplicados al cuerpo).

Esta deriva de los barberos hacia la cirugía estuvo facilitada o promovida por culpa de las luchas profesionales entre médicos y cirujanos. Los médicos del Renacimiento, especialmente en Inglaterra, no admitían asociarse con cirujanos, por considerarlos de menor categoría y fundaron el Real Colegio de Médicos en donde solo podían entrar internistas.

Los cirujanos se vieron en la necesidad de buscar otras asociaciones para defender sus intereses y se juntaron a los barberos; se fundaron compañías mixtas de barberos-cirujanos-, a las que se unieron pasteleros y cerveceros y tuvieron una serie de estatutos en común. De esta unión coyuntural y antinatural nació la aproximación y el interés de los barberos a las técnicas llamadas de “cirugía menor. A los barberos con dedicación quirúrgica les van a llamar “cirujanos de bata o traje corto” o de “cuota”, para diferenciarlos de los cirujanos de formación universitaria que serán los de traje largo o de academia.

En la literatura universal hay referencias a estos personajes. Cervantes en El Quijote menciona la figura de Maese Nicolás, - barbero, cirujano, y sacamuelas-, que preparaba también brebajes para jaquecas; que atendería al famoso hidalgo, después de ser molido a palos, tras una de sus hazañas. Un caso extraordinario fue el de Ambrosio Paré (1510-1590), hijo de una prostituta francesa, que pasó de aprendiz de barbero cirujano a cirujano real y a ser considerado uno de los padres de la cirugía universal, al descubrir la hemostasia por ligadura, (tomar entre pinzas los grandes vasos sangrantes y aplicar ligadura de los mismos con un hilo).

Los sanadores de bata corta, tuvieron un período largo de esplendor, y en innumerables ocasiones se excedieron en sus atribuciones; algunos hasta se atrevieron a hacer operaciones mayores: hernias y almorranas; un ejemplo del abuso de atribuciones, en Francia, en un período de un año, se pusieron 30 millones de sanguijuelas.

En Navarra como es natural también existieron y anduvieron a su antojo; muchos iban de un lado para otro con un criado que se ocupaba de acompañarles y llevarles la bolsa de cuero con el instrumental. En los siglos XVI y XVII, toparon con la Cofradía de San Cosme y San Damián de Pamplona, que intentó separar claramente la función de barbero de la de cirujano. El enfrentamiento duró mucho tiempo, entre otras razones porque el pueblo los defendía, al considerarlos más asequibles, en un período de escasez de cirujanos universitarios. En definitiva, los barberos serán perseguidos por intrusismo y muchas veces retirados sus instrumentales del consultorio, como sucediera con Juan Gómez, Juan de Aldaz, Pedro Aguinaga, el alquimista italiano Antonio Tavera y con los barberos de Ecároz y Monreal.

Los conflictos con los barberos, llevaron a la Cofradía de San Cosme y San Damián, a solicitar a Las Cortes de Navarra en 1677, que suspendiera definitivamente los permisos a todos los barberos, para cualquier tema de cirugía, tanto mayor como menor, y que solo los cirujanos tuvieran permiso para usar el escalpelo. Las Cortes apoyaron parcialmente las peticiones de la Cofradía, seguramente por la escasez de cirujanos de academia, y solo obligaron a los barberos a solicitar permiso a los médicos, caso por caso, para poder actuar. Sin embargo años después y ante denuncias reiteradas por la falta de calidad de los cirujanos, Las Cortes participarían decididamente en la creación de La Cátedra de Cirugía del Hospital General de Pamplona de la Misericordia

Idoate, en “Rincones de Navarra” hace referencia a un sucedido maravilloso del año 1611. Narra la historia de un barbero-cirujano y sangrador del pueblo navarro de Ujué, que un día decidió hacerse operador. Por aquel entonces un cirujano francés estuvo operando hernias (quebradura) a monjes del Monasterio de La Oliva; el francés debía ser un cirujano hábil y castrador, es decir que extirpaba el testículo para curar la hernia, pero que obtenía buenos resultados. El barbero-cirujano de Ujué se mostró solicitó para ayudar al cirujano francés y un día se consideró capacitado para realizar idéntico cometido. Cuentan que en una de las primeras operaciones de quebradura, no consiguió meter los intestinos dentro de la tripa del enfermo, al parecer, según propia expresión, porque estaban “llenos de viento”. Alguien que presenció la operación opinaría que -si el sufrido enfermo aguantaba la operación del cirujano de Ujué, ya no podría morirse de nada-.

El discurrir de los tiempos irá poniendo las cosas en orden. Los cirujanos encontrarán un buen camino para su mejor preparación con la creación de las escuelas de cirugía de la Armada Naval de Cádiz (1748), la Cátedras de Cirugía y Anatomía del Hospital General de Pamplona de la Misericordia (1757) del Ejército de Tierra de Barcelona (1760) y del Colegio San Carlos de Madrid (1780).

Con la ley Moyano de 1857 los escasos barberos cirujanos de traje corto que quedaban, pudieron asimilar y equiparar sus oficios a los de practicante. En 1886 un Real decreto del Ministerio de Fomento equipararía de manera definitiva los títulos de Médico y Cirujano.